Hoy, al despertarse, sintió que su corazón era de plomo, que el mundo era más grande que nunca y que él era más pequeño que de costumbre. Sintió que la ilusión intermitente que le había estado acompañado los últimos tiempos, se la había llevado de golpe el peso de los años -ciertamente, pocos años; pero muy pesados-, como un tornado que dispersa con suma facilidad la niebla del camino.
Sintióse solo, a la deriva, un pequeño barco anegado de podredumbre en medio de un vasto y hostil océano. Océano que se había obcecado con demasiada saña y no con menos cinismo contra él. No había capitán que manipulara los mandos de esta deslucida nave. Quizás fuese ése el problema: nadie, ni el más loco vagabundo de mar, se aventuraría a atravesar un río a los mandos de tan paupérrima embarcación.
Sea como fuere, poca esperanza y aciago futuro vislumbraba ante sí este diminuto barco...
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