-Pide un deseo, rápido. - Me dijo mientras clavaba su mirada impaciente en mí.
-¿Un deseo cualquiera? - Contesté extrañado -.
-¡No, un deseo cualquiera no! Sólo uno que desees realmente tú y sólo tú. ¡Pero pídelo rápido!
El tono que empleaba al comunicarme estas últimas palabras se asemejaba cada vez más al de una súplica. Por eso, y porque me empezaba a inspirar lástima (y también por curiosidad propia), me dispuse a pedir mi deseo.
Después meditarlo aprisa durante dos o tres segundos, decidí cual iba a ser mi petición:
-Está bien, ya tengo mi deseo - Dije en un tono, ciertamente, algo triunfante -. Mi deseo es que, por un día, sólo durante veinticuatro horas, todas las personas que habitan este mundo puedan, por fin, conversar los unos con los otros; sin que se les interpongan tabúes, miedos ni inseguridades. Quiero que durante un solo día sean capaces de expresar lo que sienten y de hablar con total franqueza. Ese es mi deseo.
Tras haber dicho esto, él me miró complacido; como satisfecho por la respuesta que acababa de escuchar. Y, acto seguido, desapareció.
Únicamente me queda hacer saber a los más curiosos que mi deseo no llegó a cumplirse; pero, ¿a que hubiera sido precioso?.
No hay comentarios:
Publicar un comentario