martes, 22 de febrero de 2011

Deseos

-Pide un deseo, rápido. - Me dijo mientras clavaba su mirada impaciente en mí.

-¿Un deseo cualquiera? - Contesté extrañado -.

-¡No, un deseo cualquiera no! Sólo uno que desees realmente tú y sólo tú. ¡Pero pídelo rápido!

El tono que empleaba al comunicarme estas últimas palabras se asemejaba cada vez más al de una súplica. Por eso, y porque me empezaba a inspirar lástima (y también por curiosidad propia), me dispuse a pedir mi deseo.
Después meditarlo aprisa durante dos o tres segundos, decidí cual iba a ser mi petición:

-Está bien, ya tengo mi deseo - Dije en un tono, ciertamente, algo triunfante -. Mi deseo es que, por un día, sólo durante veinticuatro horas, todas las personas que habitan este mundo puedan, por fin, conversar los unos con los otros; sin que se les interpongan tabúes, miedos ni inseguridades. Quiero que durante un solo día sean capaces de expresar lo que sienten y de hablar con total franqueza. Ese es mi deseo.

Tras haber dicho esto, él me miró complacido; como satisfecho por la respuesta que acababa de escuchar. Y, acto seguido, desapareció.

Únicamente me queda hacer saber a los más curiosos que mi deseo no llegó a cumplirse; pero, ¿a que hubiera sido precioso?.

Es hermoso, pero no es justo

No es justo.
No es justo pensar que Dios ha puesto un único Ángel para ti en la tierra,
 para guiarte de su dulce mano hasta la felicidad;
 y que, por circunstancias que escapan a tu control, tú y tu Ángel ya no podréis estar juntos.
 Ahora ya, sólo puedo conformarme con mirar una vieja y raída foto en la cual tu Ángel todavía latía por ti. Me consuelo reflexionando que, al menos, es hermoso pensar que hubo un breve momento en el tiempo en que fuisteis uno. Es hermoso pensar que hay un momento en el cual, tu flecha llegó a hendir su corazón.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Viejo barco

Hoy, al despertarse, sintió que su corazón era de plomo, que el mundo era más grande que nunca y que él era más pequeño que de costumbre. Sintió que la ilusión intermitente que le había estado acompañado los últimos tiempos, se la había llevado de golpe el peso de los años -ciertamente, pocos años; pero muy pesados-, como un tornado que dispersa con suma facilidad la niebla del camino.

Sintióse solo, a la deriva, un pequeño barco anegado de podredumbre en medio de un vasto y hostil océano. Océano que se había obcecado con demasiada saña y no con menos cinismo contra él. No había capitán que manipulara los mandos de esta deslucida nave. Quizás fuese ése el problema: nadie, ni el más loco vagabundo de mar, se aventuraría a atravesar un río a los mandos de tan paupérrima embarcación.

Sea como fuere, poca esperanza y aciago futuro vislumbraba ante sí este diminuto barco...

El Principito (ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY)

No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.